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QUO VADIS

iluminando con su fulgor las murallas frescas aún de los edificios recién construidos ó en construcción, ó las mojadas baldosas de las calles. Por último, al favor de uno de esos relámpagos vieron, después de haber hecho un largo camino, la meseta sobre la cual se alzaba el pequeño templo de Libitina, y al pie de ella un grupo de mulas y caballos.

—Nígerl—llamó Vinicio muy quedo.

—Aquí estoy, señor,—dijo una voz en medio de la lluvia.

—¿Está todo pronto?

—Si, señor. Nos hallamos aquí desde el obscurecer. Más, ocultaos debajo de la plataforma, pues de otra manera vais á empaparos. ¡Qué tempestad! Creo que tendremos granizada.

Y efectivamente, eran justificados los temores de Níger, porque antes de mucho empezó á caer granizo, 'fino en los primeros momentos, pero luego más grueso y tupido.

La temperatura volvióse fría.

Mientras aguardaban bajo la plataforma, al abrigo del viento y de los helados proyectiles, seguían conversando en voz baja.

—Aun cuando alguien llegase á vernos,—dijo Niger,no abrigarían la menor sospecha; parecemos estar aquí esperando que cese la tormenta. Eso sí, temo quo no saquen los cadáveres hasta el amanecer.

La tempestad de granizo no ha de durar,—dijo Petronio; y será necesario aguardar, aun cuando sea hasta el amanecer.

Y aguardaron, con el oido atento á todo rumor y en expectativa de la fúnebre procesión. Pasó la granizada, pero inmediatamente después continuó la lluvia.

Por instantes levantábase el viento y traía de las «fosas pútridas» un terrible hedor proveniente de los cuerpos en descomposición, enterrados descuidadamente cerca de la superficie del suelo.