A Vinicio le pareció que despertaba como de un sueño y dijo: —¿Quién eres?
Ella reclinó el pecho sobre él y repuso insistiendo: —Pronto! ¡Ve cuán solitario es este sitio... y yo te amo!
¡Ven!
—¿Quién eres?—repítió Vinicio.
—¡Adivina!
Y al decir esto juntó febrilmente sus labios á los labios de Vinicio al través del velo, atrayendo hacia sí al mismo tiempo la cabeza del joven, hasta que por fin pareció faltar el aliento á la mujer y nerviosamente apartó de él su rostro.
—¡Noche de amor! noche de locural—dijo insuflando ansiosa y rápidamente aire á sus pulmones.— ¡Hoy estamos libres! Hoy me tienes!
Ese beso enardeció á Vinicio y le llenó de zozobra. Su alma y su corazón se hallaban en otra parte; en todo el mundo nada existía á la sazón para él, excepto Ligia.
Así, pues, empujando suavemente hacia atrás á la velada figura, dijo: —Quienquiera que seas, yo amo á otra; no te quiero!
—Quitame el velo,—dijo ella, inclinando hacia el joven la cabeza.
En ese momento sintióse un leve roce por entre las hojas de mirto.
Y la mujer velada se desvaneció como una visión; pero á la distancia pudo oirse su risa extraña, estridente, ominosa.
Petronio se hallaba á la sazón junto á Vinicio.
—He oido y he visto,—dijo.
—Alejémonos de estos sitios,—contestó el joven.
Así lo hicieron.
Sucesivamente fueron dejando atrás los lupanares profusamente iluminados, las arboledas y la línea de preto-