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QUO VADIS

Y algunos de los postes que ya se habían quemado por completo empezaron al mismo tiempo á caer y á esparcir chispas en derredor, aumentando así la confusión.

Un ciego y espeso turbión de pueblo arrastró á Chilo y le llevó hasta el fondo del jardín, Los pilares continuaban consumiéndose en todas partes, y al caer de través en las calles del jardín, llenábanlas de humo, chispes, olor á madera y á carne quemada.

Se extinguieron las luces más próximas, y en los jardines empezó á hacerse la obscuridad.

La multitud, alarmada, intranquila y sombría, empezó á dirigirse hacia las puertas.

La noticia de lo acontecido pasó de boca en boca, retorcida y exagerada.

Decían algunos que se había desmayado el César; otros, que había confirmado la acusación del griego, confesandose autor del incendio de Roma: otros, que había caído gravemente enfermo; y otros, por fin, que le habían sacado de los jardines, en el carro, como muerto.

Aquí y allí también dejábanse oir ahora voces de simpptía en favor de los cristianos.

—Si no habían sido ellos los incendiarios de Roma,—se decía, ¿por qué desplegar en su contra tanta injusticia, hacerles víctimas de tanta horrenda tortura y derramar tanta sangre? ¿No se encargarían los dioses de vengar á los inocentes? ¿Qué piacula serían ahora bastantes para apociguar su justa cólera?

Y las palabras innoxia capora (víctimas inocentes) eran repetidas más y más á menudo.

Las mujeres manifestaban de viva voz su compasión hacia los niños, que habían sido arrojados en tan gran número á las fieras, enclavados en sendas cruces, ó quemados en aquellos malditos jardines.

Y finalmente la compasión se vino á transformar en ultrajer al César y á Tigelino.