—¿Has visto,—preguntó,—cómo perecen los cristianos?
¿Quieres, tú también, morir de esa manera?
El viejo alzó el pálido rostro; por espacio de algunos momentos agitáronse sus labios en silencio, y luego contestó: Yo también creo en Cristo.
Tigelino le miró lleno de asombro, y exclamó: —¡Perrol Te has vuelto loco en efecto!
Y de súbito la cólera que había estado reprimiendo, se desbordó en su pecho.
De un salto se acercó al griego, le tomó de la barba con ambas manos, le arrojó á tierra y le pisoteó, repitiendo con los labios espumajeantes: —Te retractarás! ¡Te retractarás!
—¡No puedo!—contestó Chilo desde el suelo.
—¡Llevadle al tormento!
A esta orden se apoderaron los tracios del viejo y lo colocaron sobre el banco. Luego, atándole á él con las cuerdas, empezaron á atenacearle las flacas piernas.
Pero él, cuando le estaban atando, les besaba humildemente las manos. En seguida cerró los ojos y pareció estar muerto.
Pero aún vivía: porque cuando Tigelino se inclinó hacia él, y de nuevo preguntó: «¿Te retractarás?» sus pálidos labios moviéronse ligeramente, pasando por ellos, como un susurro apenas perceptible, las palabras: —¡No puedo!
Tigelino ordenó suspender la tortura, y empezó á pasearse de un extremo á otro del atrium, con el rostro descompuesto por la ira y la impotencia.
Por último ocurriósele una nueva idea, y volviéndose á los tracios, dijo: —¡Arrancadle la lengua!
CAPÍTULO LXII
El drama «Aureolus» dábase de ordinario en los teatros ó anfiteatros de Roma, arreglados estos últimos de mane.