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QUO VADIS

crucificado á quien Cristo había perdonado desde su cruz; acaso también estaba desde el fondo de su alma dirigiéndose al Dios de las misericordias y hablándole así: —¡Oh, Señor! Yo mordí como una vibora ponzoñosa; pero toda mi vida ful desgraciado. Yo padeci hambres, y las gentes me golpeaban, me pisoteaban y hacían escarnio de mi. Fuí pobre y desventurado, y ahora me han puesto en tortura y enclavado en una cruz, pero Tú, ¡oh Cristo misericordiosol no me has de rechazar en esta hora tremendal Y la paz pareció evidentemente haber descendido hasta su desgarrado corazón.

Nadie reía, porque advertíase en aquel hombre crucificado tal tranquilidad y veíanse tan decrépito, tan indefenso, tan débil, é inspiraba su humildad tal compasión, que muchos se preguntaban á pesar suyo, cómo era posible torturar y crucificar á hombres que en todo caso habrían de morir pronto.

Y la multitud guardaba silencio.

Entre los augustianos, Vestinio, volviéndose á derecha é izquierda, decía en voz baja y llena de pavor á sus vecinos: —Ved cómo mueren!

Y otros esperaban con ansiedad la entrada del oso, pues deseaban terminara cuanto antes aquel espectáculo.

El oso llegó por fin al Circo, y moviendo de un lado á otro la cabeza inclinada hacia el suelo, miraba en derredor suyo sin levantarla, cual si algo buscara en la arena.

Por último vió la cruz y aquel cuerpo desnudo. Aproximóse y se alzó en seguida sobre las patas traseras; más volvió luego á su posición natural y echándose al pie de la cruz, empezó á gruñir, cual si hasta en su corazón de fiera se hubiera dejado sentir la voz de la compasión hacia aquellos desmedrados restos de un hombre.

De pronto los esclavos del Circo empezaron á azuzar á la fiera con sus gritos.