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QUO VADIS

deró de la multitud de caballeros y senadores. Sus formas delicadas, tan blancas y tersas cual si hubieran sido cinceladas en alabastro, su desmayo, el horrendo peligro á que acababa de substraerla el gigante, y por último, su hermosura y su amor, habían movido por fin á piedad aquellos corazones. Aquel hombre, en el sentir de muchos, semejaba á un padre que estuviera pidiendo gracia para su hija. Y la compasión brotó de súbito en todos con la fuerza podero a de una llama inmensa.

Habian tenido ya suficiente sangre, muerte y martirio.

Y multitud de voces, ahogadas por las lágrimas, empezaron á pedir piedad para ambos.

Entre tanto Ursus, sosteniendo siempre á la niña en sus brazos, movíase alrededor de la arena, y con sus ojos y sus ademanes seguía pidiendo la vida para ella.

Saltó Vinicio entonces de su asiento, salvó la barrera que separaba los asientos delanteros de la arena y corriendo hacia Ligia, cubrió con su toga las desnudas formas de la doncella.

Descubrió en seguida la túnica de su pecho, puso en descubierto las cicatrices que en él dejaran las heridas recibidas en la guerra con los armenios, y extendió las manos á la concurrencia.

Ante este espectáculo el entusiasmo de la multitud sobrepujó á todo cuanto hubiérase visto antes en un circo.

La multitud golpeaba furiosamente el suelo con los pies y aullaba. Las voces que pedían gracia volviéronse terribles. El pueblo ahora no sólo se ponía de parte del atleta, sino que se alzaba en defensa del soldado, de la doncella, del amor de ambos.

Y millares de espectadores volvíanse al César con llamaradas de cólera en los ojos y con los puños crispados por la impaciencia.

Pero Nerón se mantenía suspenso y vacilante.

A la verdad, no le movía ningún sentimiento de encono

Tomo II
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