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QUO VADIS

los arneses á las cabalgaduras conductoras los.sas vehícuY en los adoquines de piedra con que se hallaba pavimentado el camino, resonaban sordamente las pisadas de los zuecos que calzaban los pies de los viajeros.

Luego dejóse ver el sol por sobre la línea de las colinas; pero también, en ese propio instente, una visión maravillosa presentóse á los ojos del Apóstol.

Parecióle que el áureo disco, en vez de ascender por el firmamento, venía bajando de aquellas alturas y avanzando hacia el camino por donde ellos se dirigían.

Pedro se detuvo entonces y preguntó: —¿Ves aquella claridad que se acerca hacia nosotros?

—Yo nada veo,—contestó Nazario.

Pero Pedro se puso una mano á guisa de visera delante de los ojos y dijo al cabo de algunos momedtos: —Una figura viene hacia nosotros, envuelta en los resplandores del sol.

Pero á los oídos de ambos no llegaba ni el más leve ruido de pasos.

Todo se hallaba silencioso en derredor.

Nazario vió tan solo que los árboles se mecían á la distancia, como si alguien estuviera sacudiéndolos, y la luz extendíase más abiertamente sobre la llanura.

El joven miró sorprendido al Apóstol y exclamó, lleno de alarma: —Rabi, (Maestro), ¿qué tienes?

El báculo de peregrino había caído á la sazón de las manos de Pedro á la tierra; sus ojos, inmóviles, miraban hacia adelante; abierta estaba su boca y en su rostro se pintaba asombro, gozo y arrobamiento.

Púsose luego de rodillas, extendidos los brazos hacia adelante; y de sus labios brotó este grito: —10h Cristol ¡Oh Cristo!

Y cayó con el rostro en tierra, cual si estuviera besando los pies de lguien.