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QUO VADIS

cía personalmente á algunos, deteníase á conversar con ellos, porque, como era ciudadano romano, los guardias le demostraban mayores consideraciones.

Más allá de la puerta llamada Trigemina (1), encontró á Plautilla, hija del Prefecto Flavio Sabino, y viendo su rostro juvenil bañado en lágrimas, la dijo: —Plautilla, hija de la Salvación Eterna, sigue tu camino en paz. Solamente dame un velo con que vendarme los ojos cuando cuando vaya á unirme al Señor.

Y tomándolo de sus manos continuó su camino con el rostro tan lleno de alegría como el del obrero que, terminada con fruto su diaria faena, regresa gozoso al hogar.

Sus pensamientos, al igual de Pedro, eran tan plácidos y serenos como el firmamento en aquella hermosa tarde.

Dirigió una mirada pensativa á la llanura que se extendía ante su vista y á los Montes Albanos, que á la sazón parecían darse una soberbia inmersión de luz.

Y recordaba sus viajes, sus trabajos, sus esfuerzos, las luchas en que había salido triunfante, las iglesias que había fundado en todas las tierras y más allá de todos los mares; y pensó que se había ganado honradamente su reposo, que había terminado ya su labor.

Comprendía ahora que la semilla que había plantado ya no podría verse esparcida por los vientos de la iniquidad.

Abandonaba esta vida llevando la certidumbre de que en la batalla que la verdad, proclamada por sus labios, había presentado al mundo, triunfaría; y esa convicción inundó su alma de una suprema paz.

El camino al sitio de la ejecución era largo y la noche llegaba.

Las montañas tiñéronse de púrpura y sus bases fueron gradualmente hundiéndose en la sombra. Los ganados volvían á sus apriscos. Aquí y allí, grupos de esclavos tor(1) La Puerta Trigemina, Ostiense de Roma, hoy de San Pablo.