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QUO VADIS

A la vista de las lámparas, de los vasos decorados con hiedra, del vino helado sobre depósitos de nieve y de los delicados manjares, la alegría reinó en todos los corazones. Y empezó á escucharse el rumor de las conversaciones como el de un enjambre de abejas en un manzano en flor. Por momentos eran interrumpidas esas conversaciones por fuertes estallidos de risa, por rumores de aplausos y hasta por algún ruidoso beso posado sobre unos blancos y torneados hombros.

Los invitados, al beber el vino en las exornadas copas, derramaban de ellas algunas gotas en honor de los dioses inmortales, y á fin de alcanzar su benevolencia y sus simpatías en favor del amable anfitrión.

No importaba que muchos de ellos no creyeran en losdioses: la costumbre y la superstición así lo prescribían.

Petronio, reclinado cerca de Eunice, hablaba de Roma, de los últimos divorcios, de asuntos de amor, de las carreras, de Espículo, quien había alcanzado reciente nombradía en la arena como gladiador, y de los últimos libros llegados á las tiendas de Atracto y de los Sosios.

Y cuando á su vez derramaba el árbitro el vino, declaraba que lo hacía solamente en honor de la Señora de Chipre, la más antigua de las divinidades y la más grande, la única inmortal, imperecedera y dominante.

Su conversación asemejábase á la luz del sol, que á cada instante resplandece sobre algún nuevo objeto, ó á la brisa de verano, que suavemente agita las flores de los jardines.

Por último, hizo una señal al director de la parte musical, é inmediatamente dejáronse oir suavemente las cítaras á las cuales acompañaba un coro de juveniles voces.

Entonces un grupo de doncellas de Cos, pueblo de donde Eunice era originaria, empezaron una graciosa danza, que dejaba en descubierto y daba realce á sus rosadas formas, tenuemente veladas por aéreos trajes de gasa.

En seguida un adivino egipcio predijo á los invitados la