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QUO VADIS

der la cabeza. Otros pensaron que su único objetivo era aturdirse y ensordecerse á sí mismo y á los demás con citas y dichos grandilocuentes ó ampulosos, en tanto que reinaban en su alma la zozobra y el terror.

Y en efecto, sus actos llegaron á ser los de un hombre dominado por la fiebre. Cada día cruzaban por su cabeza mil nuevos proyectos. Por momentos saltaba de su asiento á fin de precipitarse á conjurar el peligro: daba orden de empaquetar sus laúdes y citaras, de armar á las esclavas jóvenes á guiza de amazonas y llevar las legiones al Este.

Otras veces le sobrevenía la idea de sofocar la rebelión de las legiones gálicas no por medio de la guerra, sino con música; y en lo íntimo de su alma deleitábase al solo pensar en el espectáculo que habria de seguir á la conquista de los soldados por virtud de las notas de su canto.

Los legionarios le rodearían con lágrimas en los ojos; él les cantaría un epinicio (1), después de lo cual empezaría la edad de oro para él y para Roma.

Unas veces clamaba por sangre: otras, declaraba que se hallaría satisfecho con seguir gobernando en Egipto.

Traía también á veces á la mente la predicción que le había prometido el señorío sobre Jerusalen y le llenaba de emoción la idea de que podría un día ganarse el pan cuotidiano como trovador errante, y que las ciudades y los paises honrarían en él, no al César, señor del mundo, sino al poeta, cuyo émulo no había existido hasta entonces en la tierra.

Y asi proseguía luchando, enfureciéndose, tocando, cantando, cambiando de proyectos, declamaciones y dichos, y transformando su vida y transformando al mundo en un sueño absurdo, fantástico, horrendo, en una especie de ensordecedora y desatentada cacería en que se confundian y atropellaban las expresiones hinchadas, los versos malos, los gemidos, las lágrimas y la sangre.

(1) Himno & la victoria.