Vinicio ordenó quele diesen alimiento, una pieza de oro y un manto.
Pero Chilo, aunque debilitado por los azotes y el hambre, no pudo resolverse á comer, pues el terror le erizaba los cabellos, y temía que Vinicio fuese á tomar su desfallecimiento por terquedad y le hiciera flajelar de nuevo.
—Denme tan sólo un poco de vino para reanimarme, —dijo castañeteándole los dientes,—y podré ir al punto, aún cuando fuere á la Grecia Magnal Después de algún tiempo restableciéronse un tanto sus fuerzas y ambos salieron.
El camino fué largo, porque, como la mayor parte de los cristianos, Lino vivía en el Trans—Tiber, no lejos de la casa de Miriam.
Por úlimo Chilo señaló á Vinicio una casita aislada, á la cual rodeaba una muralla completamente cubierta de hiedra, y le dijo: —Señor, aquí es.
—Bien,—dijo Vinicio;—ahora te puedes marchar, mas ante todo escucha lo que voy á decirte. Olvida que has estado á mi servicio; olvida en donde habitan Miriam, Pedro y Glauco; olvida también esta vivienda y á todos los cristianos. Irás todos los meses á mi casa, donde mi liberto Demas te pagará dos piezas de oro. Pero, si hubieres de seguir espiando á los cristianos, daré nuevamente orden de flagelarte ó te haré entregar en manos del prefecto de la ciudad.
Chilo se inclinó, y dijo: —Olvidaré.
Pero cuando Vinicio hubo vuelto la esquina y desaparecido, extendió las manos hacia él, y amenazándole con los puños apretados, exclamó: —Por Ate (1) y las Farias! ¡No olvidare!
Y se desmayó de nuevo.
(1) Diosa del mal que, según los poetas, se ocupaba en hacer daño.
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