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QUO VADIS


CAPÍTULO XXXIX

Estaba sacando Ursus, aquella tarde, agua de la cisterna con una doble ánfora (cántaro de dos asas), que de una cuerda pendía, mientras cantaba á media voz una extraña canción de su país; y al propio tiempo alzaba la vista de cuando en cuando para observar lleno de complacencia, por entre los cipreses el grupo que en el jardín de Lino, formaban Ligia y Vinicio, viéndose á la distancia como un par de blancas estatuas.

Ni la más leve brisa agitaba sus vestidos.

Descendía sobre el mundo el crepúsculo, con suaves tintes de oro y de lirio, mientras ellos conversaban cogidos de la mano en medio de la dulce placidez de aquella tarde.

—¿No te sobrevendrá, Marco, ninguna desgracia, por haber salido de Ancio sin permiso del César?—preguntó Ligia.

—No, amada mía, contestó Vinicio.—El César anunció que se iba á encerrar por dos días con Terpnos y á de dicarse en ese tiempo á la composición de nuevos cantos.

Y esto lo hace á menudo, y en tales ocasiones de nada se preocupa, ni tiene presente ninguna otra cosa.

Y luego, ¿qué significa para mí el César, cuando cerca de tí me encuentro y me miro en tus ojos? Demasiado he sentido la nostalgia de ellos, y en las últimas noches me ha perseguido el insomnio.

Más de una vez, al caer, en fuerza de la fatiga, en una especie de sopor, he despertado lleno de súbita zozobra y perseguido por el temor de que algún peligro á la sazón pendiera sobre tu cabeza. Por momentos soñaba también que me habían sido robadas las postas que debían traerme de Ancio á Roma y merced á las cuales hice el cami no con rapidez mayor que cualquiera de los correos del César.