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QUO VADIS

Pon á un lado el peplo, como Crispinilla. Mira como hombres y mujeres buscan y piden amor. Nada en el mundo como el amor. Reclina sobre mi pecho tu cabeza y cierra los ojos.

El pulso de Ligia latía de una manera opresiva. Parecía que sus sienes iban á estallar. De pronto apoderóse de ella la idea de que iba á precipitarse en un abismo y de que Vinicio, que antes pareciera tan allegado á ella y tan digno de su conflanza, en vez de salvarla de ese abismo, ibala arrastrando á él. Y hondamente lo sintió por Vinicio.

Empezó de nuevo á tener miedo de la fiesta, de su compañero y de sí misma. Una voz, semejante á la de Pomponia, parecía hacerle un llamamiento interior y decirla: «¡Oh, Ligia, sálvatel» Pero, al mismo tiempo algo parecía decirle que ya era demasiado tarde; que el sér á quien había envuelto una llama como la llama que á ella envolviera; el sér que había presenciado lo que en esa fiesta se hacía y cuyo corazón había latido como el suyo al escuchar las palabras de Vinicio; el sér de quien habíase apoderado el estremecimiento que á la aproximación de Vinicio la sacudiera, estaba perdido sin remisión. Sintióse débil. Parecíale por momentos que iba á desmayarse, y que en seguida iba á sucederle algo muy terrible. Sabía que, so pena de incurrir en la cólera del César, á nadie era permitido levantarse hasta que el César no se hubiera levantado; pero aún cuando no fuera ese el caso, no tenía ella á la sazón fuerzas para moverse.

Y entre tanto, estaba lejano todavía el fin de la fiesta.

Los esclavos seguían trayendo nuevas viandas y llenando incesantemente de vino las copas. Delante de la mesa, sobre una plataforma abierta por uno de sus extremos, se presentaron dos atletas que iban a dar á los circunstantes un espectáculo de pugilato.

Empezó al punto la lidia y aquellos potentes cuerpos, lustrosos de aceite de oliva, parecieron formar una sola

Tomo I
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