sivas de inquietud medrosa vinieron á cruzar por su cerebro cual relámpagos.
Acaso Nerón no habría visto aún á esa joven, ó entreviéndola tan solo al través de su esmeralda, no había podido formarse un cabal juicio de su belleza. Más, ¿qué podría suceder si el César contemplara, en pleno día y á la luz sol, á semejante maravilla? Por otra parte no era ella una esclava: era la hija de un rey, de un rey de bárbaros, es cierto, pero al fin un rey.
—¡Dioses inmortales!—exclamó para sí.—¡Es tan hermosa como yo, y más joven!
Y se ahondó el surco en su entrecejo, y sus ojos brillaron con frío fulgor de acero bajo sus pestañas de oro.
—¿Has hablado con el César?—la dijo.
—No, Augusta.
—¿Por qué prefieres quedarte aquí á seguir en casa de Aulio?
—No lo prefiero, señora. Petronio indujo al César á que me sacara de casa de Pomponia. Mi presencia aquí mi voluntad contraria.
—¿Y quisieras tú volver á la casa de Pomponia?
Y como Popea hiciera esta última pregunta con voz más benigna y suave, despertóse una súbita esperanza en el corazón de Ligia, y extendiendo hacia ella la mano, dijo: —Señora: el César ha prometido darme á Vinicio como esclava; más, intercede tú por mí y vuélveme á casa de Pomponia.
—Entonces Petronio indujo al César á que te sacara de casa de Aulio y te diese á Vinicio?
—Precisamente, señora. Vinicio ha de enviar hoy por mi; pero tú eres buena, tenme compasión.
Dicho esto se inclinó y cogiendo la orla del traje de Popea, esperó su respuesta con el cora palpitante. Popea la siguió contemplando por espacio de algunos momentos,