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QUO VADIS

Y levantando todavía más la voz, llegó hasta las inflexiones del clamor desesperado.

Pero Petronio decidió en ese instante jugar el todo por el todo, como en un golpe de dados. Así, pues, extendiendo la mano se apoderó del pañuelo de seda que Nerón llevaba siempre alrededor del cuello, y colocándolo sobre la boca del emperador, dijo con entonación solemne: —Señor, Roma y el mundo se hallan transidos de dolor; pero tú, tú debes conservar para nosotros esa voz!

Todos los presentes quedaron atónitos; el mismo Nerón mostróse perplejo por un instante. Sólo Petronio permaneció imperturbable; demasiado bien sabía lo que estaba haciendo. Recordaba, además, que Terphos y Diodoro tenían orden precisa de cerrar la boca del César cuando quiera que éste levantara demasiado la voz y la pusiera por lo tanto en peligro de desmedro.

—¡Oh, Césarl—continuó el árbitro con el mismo aire grave y apesarado;—hemos sufrido una pérdida inconmensurable: quédenos siquiera como consuelo tan valio o tesoro!

—Un estremecimiento pareció circular por el semblante de Nerón, y después de un momento brotaron lágrimas de sus ojos. Y luego, súbitamente, apoyó las manos en los hombros de Petronio, y dejando caer sobre su pecho la cabeza empezó a repetir, entre sollozos: —Solo tú, entre todos, has pensado en estol... ¡solo tú, Petronio, solo túl Tigelino púsose amarillo de envidia y Petronio continuó así: —Trasládate á Ancio. Allí vino ella al mundo, allí te inundó la alegría y allí has de encontrar el indispensable solaz. Refresquen las brisas del mar tu divina garganta y aspire tu pecho las emanaciones salinas. Nosotros, tus devotos, hemos de seguirte por do quiera; y cuando hayamos mitigado tu dolor con la amistad, tú nos confortarás con el canto.