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QUO VADIS

so que Plaucio acudiera en el momento del accidente, y viendo que yo sufría mucho hizome conducir á su casa. En ella un esclavo suyo, el médico Merion, me hizo recobrar la salud. Precisamente deseaba hablarte de este asunto.

—¿Por qué? Acaso has ido á enamorarte de Pomponia?

En ese caso, te compadezco: Pomponia ya no es joven, ¡y es virtuosa! Imposible imaginar una peor combinación. ¡Brr!

—De Pomponia, no, por cierto,—contestó Vinicio.

—¿Y de quién entonces?

—Yo mismo no lo sé. Ni siquiera conozco su nombre de un modo cierto: ¿Ligia ó Calina? La llaman Ligia en la casa, por ser oriunda de la nación ligia ó Ligur, pero tiene su propio nombre bárbaro de Calina. Es una admirable casa la de los Plaucios. Hay en ella muchos indivíduos, pero se vive allí tan calladamente como en los bosques de Subiaco. Por espacio de varios días, nada supe acerca de la divinidad que bajo aquel mismo techo habitaba. Una vez, al rayar el alba, la ví bañándose en la fuente del jardín, y te juro, por esa espuma de que surgió Venus afrodita, que los primeros rayos del sol jugaban á través de su cuerpo. Creí que el sol al levantarse la hacía disipar delante de mí como se disipa el crepúsculo de la mañana. La ví dos veces más y desde entonces no conozco la tranquilidad; se han desvanecido todos mis otros deseos. No me preocupan los placeres que pueda brindarme la ciudad; no quiero ya mujeres, ni oro, ni bronces de Corinto, ni ámbar, ni nácar, ni vinos, ni festines, solio quiero á Ligia. Petronio, mi alma se lanza hacia ella, como en el mosaico de tu tepidario, el Sueño se lanza hacia Paisitea.

—Si es una esclava, cómprala.

—No es una esclava.

—¿Qué es, pues? ¿Una liberta?

Tomo I
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