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QUO VADIS

—Yo he oído decir á Plinio que no creía en los dioses, pero si creía en los sueños; puede que tenga razón. Además, se trata de un dios, ante el cual, mis burlas se detienen, porque creo en la eternal y omnipotente Venus Generatriz. El amor ha hecho surgir el mundo del caos. ¿Ha hecho bien? Es discutible; pero su poder es patente; se puede no bendecirla, pero hay que reconocerla.

—¡Ay de mí, Petronio! ¡Una disertación filosófica no equivale á un buen consejo!

—Dime, pues, qué deseas, con toda claridad.

—¡Quiero á Ligia! Quiero que mis brazos que ahora abrazan el vacío, la estrechen á ella. Quiero respirar su aliento. Si fuese una esclava, yo le daría á Aulo por ella cien jóvenes, bellas y vírgenes. Quiero guardarla en mi casa hasta el día en que mi cabeza sea tan blanca como la cima del Soracta en invierno.

—Ella no es esclava, cierto, pero en definitiva, forma parte de familia de Plaucio, y como es una niña abandonada se tiene el derecho de considerarla como una alumna[1], y Plaucio puede cederla si quiere.

—Parece que no conozcas á Pomponia Gracina. Por otra parte, los dos esposos la quieren como si fuera hija propia.

—Conozco á Pomponia; un verdadero ciprés. Si no fuese mujer de Aulo Plaucio, la contratarían como plañidera. Desde la muerte de Julia no se ha quitado la estola negra y tiene el aire de caminar ya por el prado sembrado de asfodelos. Es además, «la mujer de un sólo hombre,» y por consiguiente, entre nuestras romanas, cuatro ó cinco veces divorciadas debe ser considerada como una especie de ave fénix. Y á propósito, ¿no te has enterado de que en el alto Egipto, dicen que ha sido vista el ave fénix? ¡Un acontecimiento que sólo ocurre cada quinientos años!

—¡Petronio, Petronio! en otra ocasión podremos hablar del fénix.


  1. La que se criaba como hija.