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QUO VADIS

cimiento que el César, poco después de mi fuga y antes de su partida para Nápoles, hizo comparecer á su presencia á Pomponia y á Plaucio, y creyendo que me habían secundado, les amenazó con su cólera? Por fortuna pudo Aulio decirle: —«Señor: bien sabes que una mentira jamás ha manchado mis labios; pues bien: yo te juro que nosotros no hemos favorecido su fuga y que ignoram s, como tú lo ignoras, qué suerte ha corrido ella. » Y el César creyó y en seguida olvidó.

Por consejo de nuestros superiores, jamás he escrito á mi madre comunicándole mi paradero, á fin de que en cualquier tiempo pueda á plena conciencia sostener bajo juramento, si fuera menester, que ignora donde me encuentro. Acaso tú no comprendas esto, Vinicio; pero has de saber que entre nosotros está prohibida la mentira, si bien se relacione con el riesgo de la vida misma.

Esta es la religión que da norma hasta los afectos de nuestros corazones; por consiguiente, no he visto, ni he debido ver á Pomponia desde la hora en que dejé su casa. Solo de tanto en tanto ecos lejanos llegan confusamente hasta ella y le hacen saber que estoy viva y que no me amenaza ningún peligro.

Y mientras decía estas palabras pareció que un hondo anhelo agitaba el alma de Ligia, pues las lágrimas humedecieron sus ojos; mas reportóse prontamente, y dijo: —Sé que también Pomponia languidece por nuestra separación; pero nosotros disponemos de consuelos que otros no conocen.

—Sí,—contestó Vinicio.—Cristo es el consuelo vuestro; mas yo no comprendo eso.

—¡Miral para nosotros no hay separaciones, dolores ni sufrimientos. Y si sobrevienen, transfórmanse luego en goces. La muerte misma, que vosotros consideráis como el término de la vida, solo es para nosotros su comienzo; la transmutación de una felicidad mezquina en una felicidad