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QUO VADIS

su rostro una lucha entre la natural timidez de la doncella y el deseo de dar una contestación. Evidentemente triunfó el deseo, porque dirigiendo una rápida mirada á Petronio, le contestó en un impulso subitáneo con las propias palabras de Nausicaa, repitiéndolas sin tomar aliento, en una sola emisión, casi á la manera de una lección aprendida.

«Extranjero, no pareces ni hombre avieso, ni de juicio escaso.».

En seguida volvióse y echó á correr como una tímida avecilla.

Esta vez tocó á Petronio el turno del asombro, pues no había esperado escuchar versos de Homero de labios de una doncella, cuyo bárbaro origen le era conocido por Vinicio. De ahí que dirigiese una mirada interrogadora á Pomponia, mirada que no pudo ésta contestar, porque en el propio momento había vuelto la vista sonriendo á su esposo, en cuyo semblante, á la sazón, reflejábase una espresión de satisfecho orgullo.

No podía él ocultarlo. En primer lugar, había sentido desde el principio por Ligia un afecto paternal; y en seguida, y á despecho de sus arraigadas preocupaciones de romano, que le impelían á tronar contra el griego y la generalización de este idioma, consideraba que poseerlo era llegar á la más alta cumbre del pulimento social. El mismo, jamás había podido lograr aprenderlo con perfección y por ello sentíase intimamente mortificado. Complaciale sobremanera, por lo tanto, el que se hubiera dado una respuesta en el idioma y con los versos de Homero, á este hombre de exquisita cultura, tanto en las letras como en sus maneras, y quien acaso no habria estado lejos de considerar como casa de bárbaros el hogar de Plaucio.

—Tenemos en casa un pedagogo griego,—dijo volviéndose á Petronio, —que dá lecciones á nuestro hijo, y la ni.

ña asiste á ellas. Todavía no es más que una pajarita