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QUO VADIS

de los que se hallaban más próximos á él; de ahí que Vinicio se alarmara. Volvió, pues, al dominio de sí mismo y empezó á mirar de modo casi imperceptible en dirección al César. Y Ligia, que al principio del banquete se había sentido casi desvanecida y sólo entrevisto á Nerón como al través de una nube, y después, ocupado su espíritu con la presencia y la conversación de Vinicio, no había vuelto ni una vez á mirarlo, tornó hacia él ahora la vista á la vez inquisidora y aterrorizada.

Actea decía la verdad. El César habíase inclinado un tanto sobre la mesa, medio cerrado un ojo y habiendo colocado delante del otro una esmeralda redonda y pulimentada estábalos observando.

Por un momento su mirada se encontró con los ojos de Ligia, y el corazón de la joven sintióse sobrecogido de terror. Cuando era muy niña y se hallaba en hacienda de Aulio, en Sicilia, un viejo esclavo egipcio habíale referidó historias de dragones que moraban en las cavernas de montañas; y ahora parecíale que la estaba mirando el ojo verdoso de un monstruo semejante. Se aferró de la mano de Vinicio como lo haría un niño asustado y pasaron por su cerebro una serie de rápidas é incoherentes impresiones. ¿No estaba allí él, el terrible, el todopoderoso?

Hasta entonces no le había visto ella jamás y había creido siempre que su aspecto era muy diverso. Habíase imaginado una especie de fisonomía siniestra, con la malignidad como petrificada en las facciones; y ahora veía una gran cabeza, fija sobre un cuello recto, terrible, es cierto, pero a la vez casi grotesca, porque á la distancia asemejábase á la cabeza de un niño. Una túnica de color de amatista, prohibido á los simples mortales, daba unos como reflejos azulados á su rostro ancho y deprimido. Tenía obscuros los cabellos, divididos en cuatro rizos, según la usanza introducida por Oton. No llevaba la barba; la había sacrificado recientemente á Júpiter, por lo cual Roma toda habíale tributado sus homenajes de gratitud, si bien