Aquí fué donde se quedó el cura estupefacto volviéndose muy confuso á mirar al Chori, y viendo que aun trepaba suelto por los cerros, santiguóse asombrado y echó la bendición al fugitivo.
Jadeaba el bendito sacerdote hasta atragantársele el aliento; mas á pesar de su fatiga echó á andar tras el caballo rebosando sudor y confusiones, encerrado en el más absoluto silencio.
A corto trecho llegaron á la barraca en que de ordinario sé guarecia la avanzada. Esta guardia estaba á la sazón formada á la derecha; á la izquierda se tendia un piquete, y á la puerta se mantenian dos centinelas.
Era la barraca el lugar destinado á la capilla como queda dicho.
Se apeó el ayudante, y entró guiando al cura á presencia del reo. Estaba este entre participio y gerundio, quiero decir, bebido y bebiendo; y el cura de Aquerreta, destinado aquel dia á pasar de asombro en asombro, se quedó más que estupefacto, porque se quedó bobo.
Habló el ayudante y dijo al condenado á muerte: «Aquí os traigo al sacerdote católico que habéis pedido para dejar el mundo.»
Mas á tan tremenda insinuación el polaco volvió la cabeza, y mirando de arriba á abajo aquel humilde ministro del Señor, soltó á reir y respondió que lo que él había pedido no era aquello, sino un sacerdote traído de su tierra.
No fué menester otra cosa para que el reo abreviara los instantes de su vida.
El piquete recibió orden para apoderarse del reo contumaz, y entró mandada por un sargento una manga de ocho soldados que le envolvió en el acto.
Salieron juntos, é iba el impenitente polaco marchando al compás regular con marcial continente y desdeñando oír al cura de Aquerreta que, pegado á su flanco, á grandes voces le decía: «¡Agárrate á Cristo!....»
Mas cuando ya el piquete, la manga, el agonizante y el reo hubieron andado sobre cien pasos, paró todo el cortejo y se detuvo el infeliz que iba á morir, indiferente, sin un recuerdo para su Dios, para su patria, para su familia ni para sí mismo.
Mandóle el ayudante que se arrodillase para que se cumpliera la sentencia; pero él se mantuvo en pié y dirigiendo la voz á los soldados ejecutores, les dijo: «camaradas, á la cabeza.»
En el acto que sonó la descarga el cráneo del sentenciado estaba