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cristianos primitivos; y al derramar el pastor de las almas la bendición absolutoria sobre todos, quedáronse inefablemente serenos esperando la muerte.

En este punto, y mientras que unos de los soldados ejecutores apuntaban y otros retiraban las armas, el oficial del piquete gritó al sacerdote que se apartara para no recibir daño; mas el pobre Cura de aldea, lejos de eso, extendió los brazos y tendió las manos sobre las víctimas, para que ellas bajo su amparo recibieran la corona del martirio.

El oficial, después de instar en vano al sacerdote dos, tres y más veces, encargó á los soldados que se acercaran mucho, evitando tocar al Cura, y mandó por último la fatal descarga.

Sonaron veinte tiros contados.

¿Saben nuestros lectores lo que son veinte tiros contados en una ejecución en masa?

Heridos con poco tino votaban contra el suelo los ajusticiados; y algunos pedían más/ más! más....! mientras que el sacerdote en medio de aquellos derribados agonizantes era escabel de la gloria, y hasta que avanzando una mitad de compañía, se dispararon sobre ellos muchos tiros y cesaron los ayes y aquel pedir el término de la vida, porque la había llegado ya la quietud de la muerte.

Aquí acabó la obligación del ministro de Dios; y pues comenzaba la del subdito del Estado, que no siempre van asociadas, llegóse acto continuo al General en jefe, y le saludó con humildad tan profunda, cuan antes fuera levantada, enérgica é independiente su empresa.

Entonces se publicó por las calles, á viva voz, un bando militar, previniendo que los niños y mujeres salieran en el acto de sus casas, porque la población iba á ser incendiada en castigo de la contumacia y rebeldía de sus moradores.

Los soldados francos, con las teas en los manos, seguían detrás y entraban en las casas repitiendo el sentido de la orden militar.

A poco rato salieron las mujeres con sus hijos más pequeñuelos en los brazos; y algunos rapaces seguíanlas cargados con líos de ropas y otros utensilios domésticos, á la manera de aquellas familias hebreas de los tiempos bíblicos que huían de Faraón con sus penates.

Pero estas hembras, soberbia raza de amazonas, ni se atropellaban en la fuga, ni daban alaridos; no lloraban, no maldecían,