entorpecidos de sus miembros para llorar, para rezar, protestando juntos de su inocencia; y protestaban, lloraban y rezaban, lanzadas al cielo las manos temblorosas.
De esta suerte aquella múltiple plegaria y queja dolorida, hija de un solo dolor y de una común inocencia, despedazaba las entrañas, cuando se precipitó rompiendo hacia ellos, y se colocó en mitad de ellos un sacerdote, procurando ampararlos á todos con sus hábitos, queriendo abrazarlos á todos con sus brazos, y bañándolos juntos con sus lágrimas.
Si el entusiasmo ó la ambición crea los héroes, la fe y la caridad hacen los santos.
El héroe es un mártir aguijado por la pasión que siente, pero que no reflexiona; y se arroja á una muerte casi cierta por el seguro logro de la gloria histórica; pero el santo es un héroe sencillo y sensible que medita, y meditando y sintiendo, lleva espontáneamente al sacrificio su breve vida, derramando consuelo en sus semejantes con la esperanza de verse consolado.
¡Oh! Aquel sacerdote cuyo nombre ignoro, pero cuya gran figura moral está presente en el altar de mi memoria donde reverencio las virtudes, era una de esas naturalezas perfectibles que no se dan cuenta de su bondad, porque el Evangelio las funde y las troquela en su molde.
Tenia mucho de la abnegación de San Pedro y algo de la energía de San Pablo; pero le faltaba el ejemplo vivo é inmediato del Divino Maestro, y el Teatro de la Roma de Nerón para evidenciarse y crecer.
Bah! un pobre Cura de Aldea (dirán algunos).... También sin duda se dijo cosa semejante del pobre pescador de la mar de Tiberiades.
Allí, el grupo de los que iban á morir como dejo expuesto; y en medio de ellos tan solamente el pobre Cura de aldea estaba en pié, rígido el semblante, el índice marcando la eternidad.
Enfrente, otro grupo de soldados francos con las armas preparadas, prontos á ejecutar las muertes.
A un lado, el General Mina con su Estado Mayor á retaguardia.
A más distancia, los batallones cerrados en masas paralelas; y acá y allá los incendiadores atentos con las teas ardiendo entre sus manos.
Los condenados al suplicio se confesaban á grito herido como los