necesaria siempre, trabaja al parecer para su propia decadencia y ruina, y en provecho y ventaja de su eterna rival.
Fácil nos será demostrarlo.
Poco debieron las ciencias físicas en el mundo antiguo al método experimental. Prescindiendo de la astronomía, ciencia por entonces eminentemente geométrica, es lo cierto que sólo experiencias aisladas, hechos recogidos al azar, observaciones, profundas á veces, pero siempre incompletas, formaban el mezquino caudal de conocimientos empíricos que, en aquellas edades, aquellos pueblos poseían sobre los maravillosos y múltiples problemas de la naturaleza.
La experiencia ordenada, científica, constituyendo un método á la par de investigación y de demostración, tal como hoy existe en la física y en la química, y en todas sus riquísimas divisiones y subdivisiones, no existia, ni remotamente, ni siquiera como germen, en la Grecia.
Allí el sabio no se tomaba el trabajo de interrogar á la naturaleza, ó si la interrogaba, era más bien por mera fórmula, que por verdadero afán de obtener cumplida contestación: más cómodo le parecía inventar que descubrir, y buscando en su pensamiento las leyes del mundo físico, al mundo físico las imponía, que le cuadrasen ó no, cosa por entonces harto difícil de saber.
Cada filósofo era, respecto á la naturaleza, un Dios creador; y Grecia un arsenal de infinitas teorías, de mundos forjados bajo distintos principios, de creaciones diversas y á escoger. Diríase, al estudiar aquella época histórica, que es la razón una verdadera potencia creadora que agotó, bajo forma de hipótesis, todas las posibilidades.
¿Qué idea no tiene allí su germen?
¿Qué hipótesis filosófica no arranca de aquellas varias y admirables filosofías?
¿Qué posibilidad, y aun qué delirio, no tuvo su bravo mantenedor?
¡Pero también cuántos errores, cuántos absurdos, que la ciencia moderna rechaza desdeñosa!
En el terreno de la razón pura el filósofo griego fundó un edificio,