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ejemplo de los señores Colmeiro y Barrero y Leirado, premiados tambien por la Biblioteca Nacional.

Echamos de ménos, sin embargo, la noticia de algunos escritos biográficos que hubiera sido oportuno recordar con tanta razon como los relativos á Muñoz Torrero y Gallardo; tales son, entre otros, el Elogio de D. Juan Pablo Forner, por Sotelo, y las Vidas de Melendez, Donoso Cortés y Espronceda, por Quintana, Tejado y Ferrer del Rio. Asimismo extrañamos que al hablar de Las Batuecas no mencione siquiera al Padre Feijóo, en cuyo Teatro crítico universal hay un discurso acerca de aquel famosísimo Valle. Pero estas y otras omisiones por el estilo son gotas de agua comparadas con el inmenso caudal de peregrinas especies acopiado por el Sr. Barrantes, así en el Catálogo como en los interesantes apéndices sobre la Bibliografía de la Orden de Alcántara y de los ferro-carriles extremeños que le acompañan.

Los premios que la Biblioteca Nacional ofrece y el buen éxito de los escritores que hasta el dia los han merecido, nos hacen esperar que en lo futuro, generalizándose más y más la afición á las investigaciones bibliográficas, se presentarán otros muchos á disputar la palma del triunfo en tan honrosos y fecundos certámenes. La materia dista infinito de estar agotada. Sin contar con que todavia no tenemos trabajos bibliográficos especiales acerca de nuestras escritoras (grave falta de cortesía), de nuestros teólogos, de nuestros filósofos, de nuestros matemáticos, de nuestros físicos y químicos, de nuestros épicos, de nuestros novelistas, de nuestros poetas latinos, etc. etc. ¿Cuan bella monografía bio-bibliográfica no pudiera componerse, de los polígrafos españoles, de esa serie de egregios varones que empieza en Séneca y termina en Balmes, pasando por San Isidoro, Averroes, Alfonso el Sabio, Lulio, Vives, Arias Montano, Quevedo, Nieremberg, Caramuel, Feijóo, el abate Andrés, Hervas y Panduro, Campomanes, Jovellanos y tantos otros? ¿Qué gran partido no pudiera sacarse de los personajes poéticos españoles, así históricos como legendarios é ideales, desde Viriato, Pelayo, Roger de Flor, D. Pedro el Cruel, Boabdil, el Gran Capitán y Hernán Cortés hasta Juan Guarin, Abindarraez, D. Quijote, D. Juan Tenorio y Fray Gerundio; desde Florinda, Doña Inés de Castro, Doña María de Molina é Isabel la Católica hasta la Judía de Toledo, los Amantes de Teruel, la Jitanilla de Madrid y Margarita la Tornera, etc. etc. , formando el catálogo de las odas, romances, dramas, leyendas, novelas, poemas, etc., á que cada uno de ellos ha dado argumento repetidas veces dentro y fuera de la península? ¿Cuánto no interesaria á nuestra erudicion y patriotismo una biblioteca de las traducciones é imitaciones que se han hecho de libros españoles en idiomas extranjeros? Y finalmente, ¿no brindan todas nuestras comarcas históricas con asunto copioso para catálogos por el estilo del que debemos á la discreta aplicación del Sr. Barrantes?

Pero á fin de que los sujetos capaces de optar á dichos premios con estos y otros estudios análogos, que tanta gloria pueden reportar á nuestra patria, tengan todos los alicientes posibles, convendría modificar en algunos puntos las reglas establecidas para los concursos de la Biblioteca Nacional. Uno es el siguiente. Cuando el jurado declara que las obras presentadas no son dignas de premio, mas sí de que aquel establecimiento adquiera los manuscritos, se im-