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única de la naturaleza, que viene á ser el célebre substractum de la filosofía: sustancia inerte, incapaz de acción, y cuya sola propiedad es la de ser impenetrable. Estas partecillas ó átomos se mueven cuando otros chocan con ellos, y siguen caminando basta que tropiezan contra un obstáculo; y este vagar infinito, sujeto tan solo á las condiciones iniciales y á las leyes de la mecánica, es el fondo real de la naturaleza.

¿Se agrupan los átomos en un sistema de tal modo que dos masas se aproximen de hecho? Pues el físico, que ve únicamente la parte externa de los fenómenos, dice que ambas se atraen; pero semejante atracción no existe: se mueven como si atrajeran, mas no porque se atraigan: es el torbellino material que las envuelve el que empuja una hácia otra; que por lo demás la materia es inerte y no puede influir sobre la materia de otro modo que por contacto directo.

La acción á distancia entre dos masas; algo que vaya de una á otra sin intermedio físico, sustancial y sólido; potencias abstractas, ideales, sin dimensiones geométricas, que traben el polvo disperso de los átomos y lo organicen; fuerzas que, mantenidas en su idealidad, marchen por el vacío, son cosas que la teoría atómica declara incomprensibles y absurdas.

La materia, la impenetrabilidad y el movimiento son toda la física, y todo lo explican, ó todo intentan explicarlo. Las diversas hipótesis, en que se sintetiza la ciencia como en grandes unidades, quedan condensadas en otro principio único: el movimiento de la materia, pero no como efecto de fuerzas actuales, sino como puro movimiento trasmitido de unas á otras moléculas.

Toda la parte experimental, según esta escuela, se reduce al átomo; lo demás se compone de categorías eminentemente racionales: el espacio, el tiempo, el movimiento, es decir, la mecánica. De tal suerte, que si en un instante dado pudieran conocerse las posiciones, las masas y las velocidades de todos los átomos que constituyen el universo, las fórmulas de D'Alambert serian la historia inerrable de la materia, el libro profético de su porvenir. Ellas nos dirían lo que fué de cada molécula, y lo que será por los siglos de los siglos: ellas escribirían, con la sublime elocuencia del álgebra, la Odysea de cada átomo: su vagar en la nebulosa, su peregrinación en los mundos constituidos, cuándo describió inmensos círculos en las sombrías entrañas de un globo, cuándo brilló