y se vayan completando las colecciones de los tiempos modernos.
Hasta ahora, mi benévolo amigo, sólo he hablado á V. de las edades primitivas y de la antigüedad clásica, que hallan asilo y no indigna morada, á pesar de la penuria del Tesoro público, en el antiguo palacio del Casino. Réstame decir á V. algo de la Edad Media, en que nace, se desenvuelve y crece, no sin luchas y contradicciones, luminosos momentos y terribles eclipses, la nacionalidad española, que lleva después su actividad, su fuerza y su cultura á lejanas regiones é ignorados mundos, donde establece grandes y poderosas colonias. Ese desarrollo natural, alimentado por la tradición del antiguo mundo, y excitado sin tregua por otra civilización rival, llamada por tanto á realizar diferentes fines, y esa exuberancia de vida y de poder, que lanza á nuestros padres, en alas del espíritu aventurero, al través de los mares, formando la grande historia del pueblo español, pedian principalísima representación en el Museo Nacional de Antigüedades, para que llevase éste dignamente semejante nombre. Los departamentos de la Edad Media y de las Colonias vienen gloriosamente á justificarlo.
Pero me he detenido ya por demás, y va tomando excesivo bulto esta carta. El Museo de nuestra Edad Media, por lo que debe ser en corto plazo, y el Museo de las Colonias, por lo que fué ya desde el pasado siglo, demandan algunas consideraciones, que no rechazarán, sin duda, su generosa cortesía y benevolencia; y aun á riesgo de abusar de una y otra, quiero dar aquí punto, para no fatigar á los lectores, remitiendo á otro dia y á otra carta el completar las indicaciones que me propuse dirigirle sobre este científico Instituto. No lleve V. á mal que asi lo haga, robando á otros escritores el espacio, que tal vez, y sin tal vez, ocuparían en la REVISTA con más agradables, si no más útiles tareas. La bondad de V., al honrarme con su invitación, lo ha querido: ocupado constantemente en la organización del Museo, hubiérame sido imposible apartar las miradas de lo que sirve hoy de asunto á mi actividad y pobre inteligencia. Nadie puede, amigo mio, dar más de lo que tiene: á lo exiguo del don, suplirán, sin embargo, el noble deseo y la limpia voluntad que lo ofrecen, no menos que la deferente y calificada bondad que lo recibe.
Soy de V., con toda consideración, devoto servidor y apasionado amigo, q. b. s. m.