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Página:R.E.-Tomo IV-Nro.13-Id.06.djvu/10

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republicano, después de haber sido monárquico y favorito; el hijo, empezando por ser cesarista. El padre, no creyendo que el genio obliga á otra cosa que á dar como usufructo el placer; el hijo, creyendo que á lo primero que le obliga el gran nombre que ha heredado es á ser hombre. El padre, en fin, tronco frondoso, árbol gigantesco que se ofrece á todos los vientos, á todas las corrientes de la fortuna; el hijo, fruto de precoz, pero benéfica madurez. Voilá l'homme.


VII

Pero aun dentro de sus particulares condiciones de hombre y de escritor, Dumas hijo tiene, como ya indiqué, su especialidad; especialidad á que parece haber dedicado todas las elucubraciones de su profunda mirada, objeto que no parece desatender un solo dia en el desarrollo de su inteligencia. Hay una pavorosa cuestión social sobre la cual se ha inclinado su comprensión con verdadero afán de señalar cauterio á la ulceración profunda que ella representa en el organismo de las naciones. Esta cuestión se llama La mujer caída. El autor de La Dame aux perles, de Le Fils naturel, de La Question d'argent, es también el autor de La Vie a vingt ans, de Le demi monde, de Affaire Clémençau, de La Dame aux camelies, y de Les idées de Mad. Aubray.

Preciso es reconocerlo: Dumas hijo debe á esta predilección de sus estudios literario-sociales su popularidad. La crítica ha llegado á considerar como un círculo vicioso, como una especie de monomanía incorregible, ese eterno tema del jóven filósofo. Recuerdo una caricatura que lo representaba como un cazador de pesca, cuyo anzuelo esperaban, sumidas hasta el cuello en un mar borrascoso, cien desdichadas criaturas de la triste especie por él estudiada. Por mi parte, lo confieso sin rebozo alguno: antes de ir á Francia, y sobre todo á París, yo formaba coro con los execradores de la literatura traviata; yo no tenia anatemas bastantes que lanzar sobre esa espiritualización del fango, sobre ese romanticismo del vicio, sobre ese idilio gangrenoso que osaba alzar la abyección hasta las esferas del arte, y contarla casi como en el número de sus ideales. Pero cuando tuve ocasión de ver por mis propios ojos lo que esa cuestión representa para la sociedad francesa; cuando me convencí