desde mi asiento la pieza ó antecámara inmediata, la cual poblaban también otros convidados, los últimos, los retrasados, para los que no habia ya lugar en la cámara privilegiada. Algunos de ellos, especialmente las señoras, yacian con silenciosa languidez sobre los bancos aterciopelados; otros, los más jóvenes, se recostaban, con el lente al ojo, en los quicios de la ancha puerta de comunicación; y otros, en fin, los más serios, fijos de pié en el centro de la estancia, hacian verdadero bonor á la más callada inmovilidad.
En uno de los breves descansos ó intermedios, dando yo también tregua á mi musical entusiasmo y á mis reflexiones, dirigí de nuevo mis ojos á la antesala. El aspecto de su escasa concurrencia habia cambiado; señoras y hombres serios y mancebos formaban un apiñado grupo en torno de una persona que sin duda acababa de entrar, la ofrecian sus manos enguantadas, y la dirigían con irregular precipitación sus palabras. El recien llegado era un gentil caballero que representaba muy bien los treinta años malditos por Espronceda: Más bien alto que bajo, de aparente robustez, porte distinguido, expresivos y movibles ojos, que á la distancia en que yo le veia brillaban (valga la frase) con oscuros fulgores, y abundante y muy rizada cabellera rubia. Aquel casi mozo respondía con fria parsimonia á los saludos varoniles, y no daba al parecer á las damas más que breves y terminantes respuestas. Señales inequívocas me parecieron estas, desde luego, de que mi deseo se las habia con alguna otra importante personalidad. Aquella dominante actitud, aquel imperioso aire, aquella seriedad severa, aquella parquedad de cortesías, aquella rígida calma de fisonomía, aquella corbata blanca, irreprochablemente colocada, aquel frac negro llevado con natural distinción, aquella juventud, en fin, con todos los honores aparentes de la vejez, ó al menos de la experiencia, me hicieron adivinar desde luego á una aristocracia. Y aunque al pronto la que yo creia afectación de sus modales me obligó á suponer que la tal aristocracia sólo sería de esas que para tener algo sobresaliente acuden á la mímica y estudian la compostura, habia, no obstante, un síntoma que me hacia rechazar por instinto la suposición; y este síntoma era la ancha, serena, altiva frente de mi examinando. Aquella frente era de esas que parece se dejan trasparentar por la inteligencia que esconden, de esas que se declaran por su solo aspecto tronos del talento, de