y á todos sus vasallos de consuelo. Mucho remediaría lo que el Sr. Marques de Leganés propone de apartar al Almirante, y bien creo que su Eminencia consiguiera con facilidad el decreto; pero lo mismo será intimarle, que saberlo la Reina, y déle vuestra Eminencia por carcelado, y en esto no ponga nadie la menor duda. Lo que D. Francisco ha discurrido de la Reina es tan admirable, que era echar desde luego la segur al tronco, y asegurarse de que brotara jamas ningún malicioso renuevo; pero ¿quién echará sobre sus hombros la gran máquina de desastres que produciría esta empresa si se malograse? ¿Y quién nos asegura que será lo mismo intentarla que conseguirla? A mi me parece que seria lo mejor, si se hallase la piedra filosofal, con la cual pudiéramos conseguir que el Rey mismo ejecutase todo lo que deseamos, y se curase á si propio, y que, del modo que sucede en el artificio del reloj, se viese la mano que señala la hora, pero se ignorase el impulso que la movia; y aunque ya oigo decir é? todos ser esto menos practicable que lo discurrido, no por eso desmayo.
Aquí Cottes tosió, miró al concurso con despejo, y solapadamente al Canónigo.
— ¿De qué se trata, señores? —preguntó, volviendo á tomar el hilo de su discurso.— De un punto de conciencia, que en esto es en lo que más se ha explayado el Rey, y el remedio que se aplique se ha de dirigir por este camino. Todos sabemos, y quien no lo sabe lo sospecha, que la raíz de nuestros males está en Matilla, confesor del Rey (Dios le guarde), sacrilego tirano de la Real conciencia de esta Monarquía, que consiente y fomenta su perdición, ocultando la verdad y aprobando por bueno lo más perverso. El es quien mantiene este enjambre de sabandijas (mejor le llamara enjambre de demonios) con que el Rey se halla oprimido, y él conserva al Almirante; y esto no lo ignora vuestra Eminencia, pues cuando la Reina estuvo tan desabrida con el cuento de los lacayos y beberías de D.ª Ana Catalina, ella le dijo al Rey que era menester cercenarle las alas; á lo que respondió su Majestad: «¿Cuándo se las he dado? Mejor fuera cortárselas.» Y ¿en qué paró esta borrasca? En acudir el Almirante á Matilla, y hacerse éste iris de la tempestad, desvaneciéndola al impulso de su persuasión y al contacto de su celebrada rosa de diamantes. Por dicha, parece que el Rey ha llegado á mirarle mal: ayer mismo, estando su Majestad hablando con Benavente y Quintana, y habiéndole dicho