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— ¡Decidme, siquiera, que me amais! —exclamó el Cristiano.
— Cuando sea vuestra esposa, os lo diré.
— ¿Y no dareis la mano á besar á vuestro caballero? — dijo Juan de Silvela, de hinojos.
— Sí, porque habeis jurado solemnemente, que Moraima Ben-Lope seria siempre la dama de vuestros pensamientos, y, si Dios lo permitia, vuestra esposa.
— ¡Presente teníais el juramento!
— Como que era mi vida.
— La mia, será teneros siempre al lado, en este mundo y en el otro.
— Tamaño bien, —respondió Moraima,— para la vida presente y la futura, de vos depende el que yo pueda alcanzarle. ¡Decidme cómo adorais al Criador, que de igual manera le quiero yo adorar!...
Fernando Fulgosio.