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El Licenciado Pedro de La-Gasca — 259

Recibieron con gran alborozo y contentamiento la publicación de la tasa y demás disposiciones los míseros Indios, que antes no dormían ni descansaban, pensando en los cobradores, que habian de arrebatarles cuanto tenían, á título de tributo, y aunque ahora se les imponía una pena sino lo pagaban en el término de veinte dias, después de cumplido el plazo de la contribución de cada año, también al encomendero que les llevase más de lo dispuesto en la tasa, se le imponía por primera vez el castigo de pagar un cuatro por ciento, y por segunda que perdiera la encomienda y repartimiento.


V.

Si tan alto brillo adquirió el nombre de La-Gasca por sus singulares dotes de mando, prudencia y ánimo esforzado que mostró, no menos y sí mucho más puro, si cabe, le cupo por el nunca visto desinterés con que en todas ocasiones procedió. Al recibir el nombramiento de Presidente y Gobernador de la provincia más rica del mundo entonces conocido, considerando que sus predecesores en aquel codiciado puesto habian sido notados de algún afán por allegar riquezas, por la facilidad que en aquella tierra hay para adquirirlas, no quiso aceptar ningún sueldo señalado, salvo el poder gastar de la Hacienda Real cuanto le pareciese necesario para su coste y mantenimiento, y gastos de su casa y criados. Obtuvo las cédulas y autorizaciones necesarias para ello, y lo llevaba con tal rigor, que todo lo que se compraba en su casa, asi de víveres como de otras cosas, se hacía por ante escribano que para ello estaba designado, y con certificación de él se tomaba lo necesario de la Tesorería Real. Fué, al decir de todos los historiadores de los sucesos de América, el primero y quizás el único, de cuantos Españoles han parado con empleo en aquellas tierras, que no tomó nunca un real para sí, ni lo procuró ni se le notó jamas la más leve señal de avaricia; conducta que por lo insólita y ejemplar debía encargarse á cuantos obtienen destinos para Ultramar, recomendándosela cual modelo á que debieran ajustar la suya.

Llevaba consigo cuando desembarcó en Nombre de Dios, por todo caudal, cuatrocientos ducados; mas buscando prestados y á cambio, reunió cuanto habia menester para la guerra; compró armas, artillería, caballos y demás pertrechos, pagó los soldados, dio