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498 — La Guerra

El Diario de Francfort se regocija con la idea de que «la buena espada alemana empieza á tener peso en el mundo.» Y, discurriendo de esta manera, cuantos habitan desde el Palatinado hasta Polonia creen que está ya cambiado el eje del mundo político, y que han mudado de sitio el corazón y la cabeza de Europa.

Preguntemos á la razón fría, á la historia, á la geografía, á la estadística, á la política internacional en lo que tiene de más subsistente y duradero, cuál será la solución definitiva de este conflicto, sin desconocer la grandeza de los sucesos de este momento histórico, pero sin dejarnos arrastrar por la natural propensión de atribuir exagerada importancia á los hechos mientras nos están impresionando, bien halagüeña, bien desagradablemente.

Hay un hecho, por desgracia, definitivo: que, después de una discusión diplomática, breve pero escandalosa, seguida en términos lamentables, y con un carácter entre pueril y maquiavélico, ha estallado una guerra que por muchos conceptos es un escarnio de los progresos de la civilizazion, de que la Europa se alababa.

Pero el éxito de la lucha no es definitivo. La Gaceta de Augsburgo se precipita demasiado á cantar el triunfo de la raza germánica sobre la latina. Si, á fuerza de oro derramado para el espionaje, han tenido los Alemanes un conocimiento exacto de la situación y de los descuidos de sus enemigos, y han alcanzado sobre estos tres victorias, los títulos de una raza á seguir ocupando en el mundo el puesto que muchos siglos de trabajos gloriosos le habían dado, no se pierden por el esfuerzo de cuatro espías, ni por la fortuna de un par de movimientos estratégicos.

Analicemos primeramente el hecho fatal de la guerra en sí misma y en absoluto; y examinemos después, por encima de la estrategia y de la táctica, y sin dejarnos aturdir por los accidentes del combate, ni por los cantos de la victoria, las condiciones esenciales de la contienda entre Francia y Alemania.


I.

Dios entregó el mundo á las disputas de los hombres. Pretender que los hombres gocen del mundo sin disputárselo, es una ilusión irrealizable. El hombre ha nacido para la lucha; está formado para la lucha; la lucha le engrandece, aumenta su robustez,