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los ojos, en sus formas, en sus aspectos, en su fisonomía, en su melancolía o en su esplendor, repercute en nosotros mismos. No se puede comprender bien su sentimiento sino allí donde fué engendrado.

II

A la entrada de Saboya, laberinto natural de profundos valles, que descienden, como otros tantos lechos de torrentes, del Simplón, del San Bernardo y del monte Cenis hacia Suiza y hacia Francia, un gran valle más anchuroso y menos oprimido se destaca en Chambery del nudo de los Alpes, y lleva su lecho de verdura, de ríos y de lagos hacia Ginebra y hacia Annecy, entre el monte del Gato y las montañas murales de Beauges.

A la izquierda, el monte del Gato alza durante dos leguas, contra el cielo, una línea alta, sombría, uniformme, sin ondulaciones en la cima. Diríase una inmensa muralla nivelada a cordel. Sólo en su extremidad oriental dos o tres agudos dientes de roca gris interrumpen la geométrica monotonía de su forma, y recuerdan a la mirada que no ha sido la mano del hombre, sino la mano de Dios, la que ha podido mover aquellas masas. Hacia Chambery, las faldas del monte del Gato se extienden blandamente en la llanura. Forman al descender algunas gradas y algunos ribazos