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seno de una sociedad de espíritus libres, desembarazados de las creencias y prácticas de una reli gión que ellos mismos han minado, no tengo ninguna de las supersticiones, de las debilidades de espíritu ni de los escrúpulos que hacen a las demás mujeres humillar la frente ante un juez que no es su conciencia. El dios de su infancia no es el mío. Yo no creo más que en el Dios invisible que ha escrito su símbolio en la Naturaleza, su bey en nuestros instintos, su moral en nuestra razón.

La razón, el sentimiento y la conciencia son mis únicas revelaciones. Ninguno de esos tres oráculos de mi vida me impediría ser vuestra; mi alma, toda entera, se precipitaría en vuestros brazos si no pudieseis ser feliz más que a ese precio. Pero ¿pondríamos vuestra felicidad y la mía en esa fugitiva embriaguez cuando el privarme voluntariamente de ella da mil veces más goce al alma que el satisfacerla puede dar a los sentidos? ¿No creeremos más en la inmaterialidad y eternidad de nuestro amor si permanece elevado a la altura.de un pensamiento puro, en las regiones inaccesibles a la mudanza y a la muerte, que si desciende a la abyecta naturaleza de las sensaciones vulgares degradándose y profanándose en indignas voluptuosidades? Además—continuó después de un corto silencio y enrojeciendo como si tuviese las mejillas junto al fuego—, si exigieseis alguna vez de mí, en un momento de incredulidad y de delirio, esa prueba de mi abnegación, sabed que no sería sólo el sacrificio de mi dignidad, sino