alto grado; muchos eran, como le dije antes, los que pretendían á Magdalena, y ésta prefirió á un jóven abogado, bastante guapo, según pude juzgar por el retrato que ella me enseñó.
Cuando me confió sus amores yo la dije: ¡Ay! Magdalena, mal camino has emprendido, porque tu familia no permitirá nunca que te cases con un pobre. Ya he pensado en eso, me contestó ella, y para evitar disgustos á nadie he confiado mi secreto más que á tí y á mi doncella.
Una orden superior me hizo salir de Madrid; seguí escribiendo á Magdalena y ésta revelaba en sus cartas, que sentía una de esas pasiones que forman época en la vida; pasó un año y dejé de recibir noticias suyas, escribí á su familia y nadie me contestó; transcurrieron 10 años y volví á Madrid para dirigir este colegio. En el momento de tomar posesión de mi nuevo destino, me llamó la atención una niña de 8 á 9 años, pálida y triste; sentí por aquella criatura una atracción irresistible, la hice sentar á mi lado, y, sin saber por qué, me acordé de Magdalena, á quien nunca había olvidado y le pregunté á la niña:
— ¿Tienes madre?
— Sí, señora.
— ¿Cómo se llama?