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Ramos de violetas

mento, se consigue únicamente, nombrándole á su hija. Se pasa muchas horas mirando el retrato del pobre Luís, sin llorar ni proferir una queja.

Celia no sabe la causa moral que destruye la vida de su madre. Magdalena no le ha dicho más que, de resultas de la muerte de su padre, quedaron reducidas á la miseria; pero Celia, con esa doble vista maravillosa de que está dotada, me dice muchas veces: ¡cuánto debe haber sufrido mi madre para quedarse sumergida en ese estado de postración! La pobreza, hija mía, le digo yo, tiene fatales consecuencias. Aquí hay algo más. Sor Inés, me dice ella. Pero, ¿qué tiene Amalia, que se pone tan pálida?

— ¡Qué he de tener, señora! qué he de tener! Que no puedo menos de estremecerme dolorosamente al pensar la desgracia inmensa de que han sido víctimas tres seres. ¿Y todo por quién? Por un hombre que se llama ministro de Dios...! Vea V. los tristísimos resultados del fanatismo y de la ignorancia.

— Bien sabe que le dije de antemano que Celia era una de las innumerables víctimas del oscurantismo religioso; pero que quiere V., todas las religiones tienen sus mártires.

— Cierto que tienen sus mártires, pero