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Amalia D. Soler

Mas no le hacemos altares,
ni en ídolos le adoramos;
nuestros templos son los mares
y los mundos que admiramos.

Las catedrales gigantes
con sus arcadas sombrías,
con sus luces vacilantes
y sus graves melodías.

No son más que aberraciones
del entendimiento humano,
que hizo un Dios con sus pasiones
y le ofreció un lujo vano.

¿Qué son los templos de piedra
de admirable construcción?
¡Si á ellos se enlaza la hiedra
de la envidia y la ambición!

Es preferible la ermita
de la cumbre solitaria,
donde el creyente eremita
eleva á Dios su plegaria.

Mas nosotros no formamos
ningún templo en este mundo,
porque en nosotros llevamos
algo más grande y profundo.