Página:Ramos de violetas.djvu/166

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
164
Amalia D. Soler

bandada, como las errantes golondrinas; tú te quedaste sola. ¡Pobre Fermina...!

Laboriosa por excelencia, seguiste buscando en la mina del trabajo los filones de la tranquila medianía; pero vino un momento que sentiste frío, hambre y sed, tus labios secos se humedecieron con la sangre que arrojaba tu pecho, tus ateridos miembros sintieron el calor de la fiebre, y no tuviste ni el más duro lecho donde reclinar tu marchita sien.

La aurora del bien apareció: un hombre fijó su mirada en tí y murmuró en tu oído una palabra de amor; más tarde te dió su nombre y encontraste en los brazos de tu esposo el cariño de un hermano, la condescendencia de una madre y el delirio de un amante.

¡Eras feliz! En tus labios pálidos se dibujó una sonrisa, y en tus tristes ojos brilló la alegría.

No te ofreció la opulencia su lujo supérfluo, pero la humilde medianía te prestó abrigo.

Pasó algún tiempo y tu cuerpo débil se inclinó de nuevo y no pudiste dejar tu lecho; sin embargo, entonces no estuviste sola, tenías á tu esposo que constantemente te acompañaba, y que á fuerza de cuida-