Hace algunos años que yo escribí estos versos, contemplando los lujosos panteones de las familias nobles y ricas de la corte de España.
Aun no era yo espiritista, cruzaba el mundo á semejanza de Diógenes, que iba con una linterna buscando un amigo; yo también, con la linterna de mi pensamiento, buscaba á Dios; yo no le negaba como los materialistas, no; yo comprendía que algo grande, superior é infinito, dominaba sobre todo lo creado, pero al mismo tiempo, encontraba pequeño y rastrero cuanto me rodeaba, respecto á las fórmulas sociales.
Los templos, como maravillas del arte, los admiraba, pero cuando veía acumular tesoros sobre tesoros en las catedrales de Sevilla y de Toledo, no podía menos que exclamar:
— Cuántos desgraciados morirán de hambre y de sed dejando á sus hijos sin más patrimonio que la miseria y el abandono, en tanto que estas riquezas improductivas á nadie le sirven para nada; con el valor de una sola de estas piedras preciosas serían felices algunas familias.
Esto lo decía yo, cuando sólo contaba 15 años, y recuerdo que un Dean de la catedral de Sevilla, al escuchar mis palabras,