En su lugar había un precioso estuche con la insignia del Toisón de Oro, toda cuajada de brillantes, regalo magnífico que le hacía el generoso Ratón Pérez, en cambio de su primer diente.
Dejólo caer, sin embargo, el Reyecito sobre la rica colcha, sin mirarlo casi, y quedóse largo tiempo pensativo, con el codo apoyado en la almohada. De pronto dijo, con esa expresión seria y meditabunda que toman á veces los niños, cuando reflexionan ó sufren:
—Mamá... ¿Por qué los niños pobres rezan lo mismo que yo, Padre nuestro, que estás en los cielos?...
La Reina le respondió:
—Porque Dios es padre de ellos, lo mismo que lo es tuyo.
—Entonces—replicó Buby aun más pensativo—seremos hermanos...
—Sí, hijo mío; son tus hermanos. Los ojitos de Buby rebosaron entonces admiración profunda, y con la voz empañada por las lágrimas y trémulo