cán, resonando en él muchos silbos, murmullos y instrumentos militares de la usanza de los indios, á modo de rumor y estilo militar y faena de su costumbre de estos indios, entran marchando por la esquina de la Sala de Armas las dos compañias de los indios de la Ciudad vieja, que son descendientes de aquellos tlaxcaltecos nuestros amigos, muy bien adornados y con galas y plumas á la española, guarnecidos y armados con espadas en cinta, arcabuces y picas, con división de armas á el centro de banderas. Preside á estas milicias el gobernador y justicia de la misma Ciudad vieja; vestido este cabildo con galas aseadas y costosas á su usanza tlaxcalteca, con mucha asistencia y séquito de mazehuales que van asistiendo á el modo de sirvientes y familiares, pero también armados á modo de milicia.
Luego que se han introducido en esta grande y majestuosa plaza los indios tlaxcaltecos, empiezan á combatir acometiendo la fortaleza del volcán, formando sitio en torno de su circunvalación, disparando sus arcabuces y dando sus acometidas y asaltos por varias partes. Los defensores de él, disparando sus varas y saetas á el aire con muchos alaridos y voces, silbos y rumores confusos, hacen y representan muy al vivo la defensa de aquella fortaleza, ya uniéndose á una parte á resistir y defender los asaltos de tlaxcaltecos, á donde llama la ocasión, y ya volviéndose á esparcir y separar por el cuerpo de aquel fingido y recreable monte, por diversos sitios y estancias, regidos y ordenados en estas ocasiones de sus capitanes y mandones, que se ven y se conocen con diferencia de divisas, con plumas de Quetzal, y insignias de oro en las orejas como ministros reales. Dura esta contienda y debate mucho tiempo, con grande divertimiento y gusto de los mirones, hasta que, dando el último avance los tlaxcaltecos, los indios del volcán se van retrayendo y encimando, y los combatientes de la Ciudad vieja repechándole, y encimándose los van retirando, y ellos como huyendo pasan de la otra parte del volcán; quedando de arte, que el que representa á Sinacam, queda casi solo prisionero de los tlaxcaltecos. Y á este tiempo