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Francisco Sosa.
EN EL SEPULCRO DE UNA JOVEN.
Brillaban en sus sienes todavía
Del virginal candor las azucenas,
Y el dardo agudo de letales penas
Su tierno y casto corazon no hería.
Arroyo manso que en la selva umbría
Pasa entre flores de perfume llenas,
Era su vida en el hogar: serenas
Así las horas trascurrir veía.
De los amores la caricia ardiente
Su sangre no encendió, ni el beso impuro
De infame seductor manchó su frente.
Así vivió; del porvenir oscuro
Jamás temió la tempestad rugiente,
Y así tendió su vuelo al éter puro.
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