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la misma honestidad, siempre con la misma religion.

Así como no era licito antiguamente quitar á nadie ni un hilo, ni torcerle un cabello, tampoco ahora debe ser eso licito. Como era necesario antiguamente perder el mundo entero, antes que faltar en lo mas mínimo à la honestidad,así debe hacerse en nuestros dias. Como era antes necesario respetar la Iglesia, los Sacramentos, el sacrificio de la Misa, reconocer la autoridad del Papa, el sacerdocio, las órdenes religiosas; someterse à la confesion, à los ayunos y á todas las demas practicas cristianas, asi debe hacerse en nuestros tiempos, á pesar de todas las mejoras de la vida material.

Antiguamente habia obligacion de respetar la autoridad legitima, y lo mismo debe respetarse en el siglo XIX. En todas esas cosas no puede admitirse cambio alguno. Las leyes eternas de la justicia no se mudan; el reino de Jesucristo no puede tener fin; lo que una vez ha revelado, instituido ò mandado, permanece siempre verdadero y no ha sido, ni sera jamas revocado.

El tiempo y los siglos no le quitan la autoridad; los poderes humanos no pueden cambiar su obra: el uso contrario no puede derogar sus leyes, las ciencias nuevas no disminuyen su crédito: así ha sido hasta ahora, y así serà hasta la consumacion de los siglos.

Si los tiempos en que vivimos quieren la armonia con las buenas costumbres, la razon la justicia y la moralidad; si la civilizacion á que aspiran no excluye esos principios, la Iglesia proporciona los medios para ese hermoso consorcio. Pero, si se quiere que la Iglesia, olvidando los preceptos de Dios, levante un altar à las pasiones y al vicio, al oro y a la fuerza, ella no cooperará nunca á tal civilización.