Yo navegaba, entre tanto, con la esperanza lisongera de promover la Independencia de mi patria, y bien distante de temer los nuevos disgustos, que me esperaban. Pero mis comunicaciones al Cabildo de Buenos-Aires habian llegado á manos del gobernador de Montevideo por una conducta poco digna de sus capitulares, y me habían preparado el arresto que sufrí á mi arribo á aquel puerto. A los cuarenta y cinco días de la mas estrecha incomunicación fui reembarcado para España bajo la custodia de un oficial y soldados españoles.
Yo debia temer graves males para mi persona, al ser presentado a un pueblo enfurecido, y acostumbrado á despedazar en tumulto á sus mas acreditados magistrados, sin mas causa que sus ciegas sospechas de infidelidad: pero el genio protector de la América me facilitó los medios de salvarme de este nuevo peligro. Yo conseguí que el barco, que me conducía, arribase á las costas del Brasil. Allí pude adormecer la vigilancia de mis guardias, y me embarqué directamente para Buenos-Aires, á donde llegué sin inconviniente.
Hacia pocos dias que me hallaba en esta capital, cuando se tuvo la noticia del arribo del nuevo Virrey Cisneros á Montevideo. El Mariscal Nieto fue enviado por él como en vanguardia de su poder; y la primera providencia que éste tomó, fue la órden de mi arresto, que se efectuó en él cuartel del regimiento de Patricios. ¡Siempre recordaré con gratitud las pruebas públicas de amistad, que me dieron los jefes y tropa de aquel digno regimiento, en la noche que debí ser embarcado por disposición del dicho Nieto! Sin la decisión y esfuerzos de estos generosos compatriotas yo habría sido conducido de nuevo al sacrificio.
Yo no pude ya dudar, que mi ruina estaba en los acuerdos de la política española; y que mi permanencia en aquel arresto, aumentando mis riesgos personales, espondria intempestivamente á compromisos ruidosos la decisión de mis amigos. Favorecido, pues, de ellos, dejé en la misma noche mi prisión, y me diriji á una casa de campo, en que permanecí los dias que se necesitaron para aprestar un buque, que me condujo nuevamente al Rio Janeiro. [1] Llegado apenas á aquella corte, fue reclamada oficialmente mi persona por el embajador español, [2] que afortunadamente encontró resistencia en la liberalidad de principios del Rey D. Juan 6.
Desde aquel asilo observaba yo la marcha de los negocios de mi país, y recibia frecuentes noticias del estado de la opinión pública. Cuando la