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FABULA NATURALISTA Como el poeta se durinió, el libro se escapó de sus manos, y el buen viejo se quedó con la cabeza sobre el pecho y los brazos apoyados en la mesa.

Un rayo de sol poniente iluminó el tintero de cristal, los pisapapeles de fint—glas tallado, las plumas y la cabeza del lector, el cual soñó de esta manera:

La cosa ocurría de noche. Los faroles rompían con puntos de oro la negrura, y sus reflejos corrían por las mojadas aceras. Los paraguas y las capas chorreaban la lluvia, que desde tres días antes no dejaba de caer. El paisaje que se divisa desde las Vistillas se borraba, se desvanecía, parecía disolverse al través de las rayas de cristal que la lluvia trazaba en el aire. El silencio era completo en aquəlla explanada. Una gotera, escurriendo sus perlas de agua en un farol, sonaba al modo de un reloj que contase la vida del páramo sombrío y desierto. De pronto, en lo lejano, más allá de la línea blancuzca que un puente diseñaba en la movible reverberación de sus faroles sobre el río, una vociferación aflautada, gangosa, estrilente, una escala de silbidos, que se confundían