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imaginación dormida entrega su cetro, que es un rayo del sol, a las manos del remordimiento; y el que tiene en la conciencia algún peso, algún rinconcillo poco limpio, algún gatuperio social de ecos que el mundo perdona, que la ley perdona, que los jueces toleran... pero que el alma llora, ven surgir ante sus ojos furiosos emblemas de lo pasado...

¡Lo pasado... que es para unos un pedestal de mármol y para otros una estatua de cieno!

Dejadme revolver las alforjas de lo pasado y hallar en ellas esta historia.

Allá, allá lejos, donde las nubes bajan al río en busca de agua, donde se levanta aquel grupo de castaños, donde el terreno, siempre vestido de hojas, se encrespa, se irrita como mar detenido por dique poderoso, y produce ondulaciones, crestas, montañas, una epopeya de granito y musgo... allí hay una casa solariega que encierra entre sus pobres muros toda la vanidad hijodalga de aquellos ilustres guerreros que tenían un potro incansable, un mandoble invencible, un galgo cazador y un escudo sin mancha. Las rentas de sus moradores son escasas. Los nobles hidalgos han venido a menos. Su sangre es siempre azul, pero su bolsa sólo