Página:Relaciones contemporáneas - Ortega Munilla (1919).pdf/190

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
184
 

¡Se van a llevar a tu padre!—me dijo buena señora, envolviéndose en una manta—. Han entrado en el cuarto de Antoñita.

—¡Ah, pillos franceses! ¿Conque os habéis atrevido a profanar ese santuario? ¿Conque no respe táis ni siquiera a mi prima?

Nada respetaron los franceses, y mi padre, mi madre, mi tía, mis diez tíos, con sus caras desnudas, sus nobles coletos despeinados, sus respetables personas desnudas, sus ilustres pies descalzos y sus venerables brazos atados codo con codo, fueron entrando en un siniestro carretón tirado por bueyes, donde debían transportarlos a Cuenca.

¡Y yo!

Yo pasé inadvertido. Un señor coronel me cogió en brazos, y llamándome monsieur le chanoine, me obligó a fumar una pipa horrible, que con su humo acre hacía a mis pobres ojos arrasarse en lágrimas. Después, el mismo señor coronel me dejó en el suelo, y yo me encontré solo en la estancia. Alcéme con resolución, salí al portal, y como viera que a lo último del camino revolvían ya el ángulo de la carretera dos carruajes, eché a correr hacia allí.

Tiraban de ellos recias mulas, que, aun cuando fatigadas, llevábanlos con mucha presteza, levantando nubes de polvo, que el sol, apenas nacido, tornaba en lluvia de oro. Pero más corrí yo que las mulas. Yo no quería quedarme en Carcabuey.

¿Qué iba yo a hacer en Carcabuey solo? ¿Qué podía yo aguardar en aquel pueblo donde no estaban ni mi madre ni mi Antoñita? ¡Adelante!-