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Lleva veinte años sentenciando causas.

—También vendrá luego a verte don Melitón, el diputado.

—Y el escribano Pajares.

—Y el notario Rosales.

—Y los dos procuradores... Don Damián y Ansualdo.

—Y... toda la curia del pueblo, digan ustedes de una vez exclamó riendo el promotor. Deben ustedes ser muy desdichados con tanto golilla.

—¡No faltan quebraderos de cabeza!—afirmó don Sandalio, apelando al primitivo tenedor de los dedos para sujetar entre los dientes un sabroso muslo de ave. Pero a bien que ahora vamos & tener la justicia en casa...

Detúvose, porque creyó haber dicho demasiado, y observando que Eladia bajaba sus ojos y que el promotor mostraba cierto embarazo en contestar, añadió:

—Ea, señores: yo no puedo hablar las cosas a medias. Siento una cosa, y la digo. La verdad me hace borbotones en el cuerpo y he de echarla fuera... He dicho que vamos a tener la justicia en casa... Pues está bien dicho. ¿No te vas a casar tú, Angelillo, con mi Eladia?

—¡Ah, don Sandalio!—interrumpió Angel—. Si yo fuese tan afortunado que mereciese su confianza, su amistad...

El promotor fiscal se puso colorado. El, sí, venía decidido a casarse. Al obtener, no sin afanes y recomendaciones de diputados y ex ministros,