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de ser algo, rompiendo esa sombría línea, al lado de allá de la cual queda la juventud desventurada, ejército glorioso de la miseria, que perece de hambre o de tisis—jesa hambre de los pulmones!—, soñando con laureles, apoteosis, triunfos y glorias, había no sabemos qué de heroico y meritorio que despertaba simpatías en todo pecho generoso. ¡Lucha cuyo campo es la vida, y en la cual es el mayor enemigo el desaliento, y la fe sinónimo de victoria!

Muchas veces durante esta época de combate y amarguras recibió noticias y hasta cartas de don Sandalio.

Contestólas éstas y agradeció sus ofrendas de protección, sin aceptarlas. Cierta fiebre orgullosa vibraba en su ser con enérgica nota, que dominaba a todos sus demás impulsos y sentimientos.

Cuando terminó la carrera, no acabó la de su martirio, porque ser abogado constituye en España tan grande título para ganar dinero como ser español. Siguieron los apuros, y muchas noches durmió con el estómago vacío y el bolsillo desierto de monedas. Pero conseguido su primer propósito por esfuerzo suyo, en que nadie le ayudara, no juzgó que desdoraba su dignidad solicitando el apoyo de los amigos de su padre, y éstos le recomendaron al ministerio de Gracia y Justicia. Más de diez veces entró en el negociado del Personal de aquel departamento un volante en que se había escrito el nombre de don Angel Garrido, con algunas líneas debajo, en las que se consignaban, no los méritos del recomendado, sino el nombre del recomen-